SUPERULTRAREQUETEPENTACHACHO:
TOMAS “EL NEGRO OVALLE”, HIJO DEL MAGIRIAIMO
Por
Rodrigo Rieder Durán
“No
se tu nombre: el sábado eras Miriam, ayer te llamabas Nerys, y en la mañana te
nombraban por la cerca con el nombre de
Niriam”
Así cantaba Celedón, un músico codesence que sabía ejecutar
el saxofón, la flauta y la trompeta cada vez que pasaba la niña estudiante al
regresar del colegio por la puerta de su casa, donde él desde un piso cuadrado
que hacía las veces de terraza descubierta podía sonreír
con su vecina joven, a la cual admiraba de manera sana, más nunca
le cantó a su hermana mayor a quien
llamaban “La Pura”.
Estaba sentado en una banqueta de madera tratando de meter
dos ruedas frutas de una ceiba
asemejadas a la llanta de un tractor en un eje de madera y así luego obtener un rústico y pequeño carrito que con una
orqueta de totumo empujaba por todo el patio de su casa
El Negro fue su apodo desde cuando Isabel Felicia su madre lo
trajo al mundo, Tomás tiene una sonrisa infantil enmarcada en un rostro que
muestra pasividad, con orejas estilo
poncheritas; siempre se distinguió de sus hermanos por la paciencia y una
inteligencia que combinó con la sagacidad.
María Inmaculada “La Pura”, Alfonso “Chito” y el Negro Ovalle
completaban un cuarteto con Niriam, siendo esta última la única sin apodo en un
hogar modesto, honrado y donde siempre Fermín Ovalle Quintero impuso la
honradez y el estudio como bases principales para que sus hijos fueran hombres
de futuro.
Hoy es la calle 19, una enorme ceiba distinguía en aquellos tiempos al lugar donde la sombra
estuvo siempre presente y donde El Negro se sentaba a descansar cada vez que
regresaba de bañarse del “Pozo de la vuelta” o del “Siderio”, lugares
pintorescos de Codazzi donde se congregaban los jóvenes del momento a bañarse
desnudos en grupos donde el jolgorio, los zapateos y juegos de manos se hacían
con sanidad y buenas intenciones.
El Negro llevaba al
colegio una bolsa de tela donde siempre iba asegurada la cartilla Alegría de Leer,
el catecismo del padre Astete, tres cuadernos, una tabla de multiplicar,
sacapuntas, lápiz de punta negra y una caja de colores. Ya desde esa época un
tic nervioso apenas perceptible le daban una particularidad especial en la cual
se frotaba con el antebrazo las orejas que fueron tomando una posición característica que lo
identificaban a cualquier distancia que diese su perfil, pero esta manía no le
desmejoraba su personalidad; al contrario sus compañeros de colegio, trabajo,
de juegos y de las calles siempre le admiraron el acompañamiento que
habitualmente presenta al restriego; una especie de impulso de labios como si
desechara algo de su boca.
CODAZZZI-CESAR |
Al paso de los años, tras estudios y trabajo, E Negro fue
madurando su personalidad en Valledupar donde comenzó a interesarse por los
movimientos políticos, partidos, movimientos y necesidades de la gente que
trataba frente a estos canales de posibilidades que le enseñó la vida y en los
cuales él podía incurrir.
Enrique Monroy Ovalle, un primo de una honradez especial, le
comenzó a enseñar vericuetos del género y junto a él y un grupo de amigos hizo una tolda política al
lado de Alfonso Marín, Emel Marshall, Basilio
Sedán, Rodrigo Rieder y otros amigos con un slogan que los contrarios
llegaron a tildarlos con el apodo de “Los patas Pa, arriba” por el solo hecho
de llevar el slogan “Esto tiene que cambiar”
Enrique siempre tenía
una repuesta para cualquier
circunstancia que se le presentara en la vida, a cada cosa fuera de lo común le
tenía una frase que llegaba como anillo al dedo, fue un gran profesor de
costumbrismos, dichos y diretes en la población donde se hizo querer muchos
hasta llegar a ser alcalde después de pasar por otras posiciones.
El Negro siguió ahí, luchando contra el viento en todo el
complexo de su vida; una tarde se enamoró de una morena en el barrio San José,
cando nacía uno de los sectores populares donde hasta la presente más lo
quieren. Puso serenatas, llevó flores,
insistió ante su posterior suegra para que lo dejara cultivar el cariño de
Nuris Elguedo y en ese corazón bueno de mujer sembró el amor hasta llegar a
adorarla con una pasión intensa que hoy le entregan dos hijos.
Con ella ha sido feliz tras sufrimientos, angustias, cosas gratificantes, viajes, cautiverios y
libertades que la vida le fue presentando al paso de los años donde combinó el
sudor de su frente con labores agrícolas, comerciante, líder y buen esposo
hasta llegar a ser alcalde de Codazzi, después de ser diputado del Cesar y
ocupar otras posiciones representado a
su pueblo.
Sencillo, ahí estaba sentado en el kiosco de su casa,
atendiendo personas del barrio, El Negro es tan interesante para la comunidad
de su amado Barrio San José, donde Nuris le enseñó a vivir y a amar; una camisa
a cuadros amarillos sobresalía y esa sonrisa infantil intacta como el corazón
que le moldeó esa morena hermosa donde todas las mañanas el dibuja su figura al
darle los buenos días lo hacían sentir bien; ella atenta con todos los visitantes
va y viene en silencio, mira y sonríe al hombre de su vida diciéndose a sí
misma que gracias a su paciencia se siente triunfadora como ama de casa, madre,
esposa y compañera de su esposo.
Nuris ha sido el pilar fundamental para los triunfos de él; ella
lo llevó al barrio, donde él sentó su
fortaleza, allí las festividades del sector tienen su sello y no se
concibe un festejo en el barrio sin la
intervención de El Negro Ovalle, quien además es figura identificativa del
sector.
“SUPERULTRAREQUETEPENTACHACHO”
Ese nombre largo que no se interpreta como mote o apodo, si
no como un título de esos que otorgaba Enrique Monroy Ovalle a las facetas que
le pasaban por delante, le fue llegando a El Negro, por facetas; primero lo llamo “El Chacho”,
luego le agregó el “Pentachacho”, posteriormente el “Superpentachacho” y así
con el paso de los logros de su primo, fue agregando epítetos hasta llegar
al nombre largo que titula ésta nota.
Igual como cualquier persona que ha manejado poder, dinero,
posiciones, derrotas, confinamientos, aprecios y desaprecios; El Negro se
mantiene firme al lado de amigos, contradictores y de su amada Nuris, y los cohabitadores
del barrio San José en su amado Codazzi
Esa mañana se despertó pensativo, miro hacía la Sierra de Perijá, recibió su habitual taza de café y
llamó al amigo, que escribe ésta nota, puso el celular en su oído poncherita y
solo expresó: “Vendrán mejores tiempos, si alguna vez que estuve triunfante te
olvidé, nunca más sucederá, pues tú has sido uno de mis amigos más leales al
estar de mi lado en las buenas y en las malas sin que yo te haya agradecido nada, soy
yo el olvidadizo”. Hubo un largo
silencio y volvió a nacer una sonrisa.
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