Rodrigo Rieder y las fritangas vallenatas




*No acudimos a restaurantes, nos dominan las mesas en las esquinas y no entramos a los centros comerciales.

*En fin, somos mediterráneos y no costeños

Por Rodrigo Rieder Durán

Plaza "Alfonso López" Valledupar


La denominación de costeños que en la mayoría de las regiones del país se nos consigna a los vallenatos es relativa, realmente no tenemos costa, ni nos baña ningún mar; por nuestro territorio corren cauces como el río Cesar, Guatapurí, Majiriaimo, Arguaní, Sororia, Buturama, Maracas, Tucuy y otros que conforman pequeñas ciénagas en algunos lugares como la de San Marcos en El Paso y la Zapatoza en Chimichagua, la cual pasa a ser el complejo de agua dulce más extenso de Colombia; pero de mar: nada.

De ahí a parecernos en comportamiento, modos de hablar y costumbres a los barranquilleros, monterianos, sucreños, sanandresanos y demás caribeños hay una gran distancia, los vallenatos somos únicos; aunque tenemos alguna cercanía con La Guajira, solo la parte sur de ese departamento tiene similitud en la forma de ser y léxico a nosotros; igual quienes habitan la zona desde Curumaní hasta El Copey.

Formas gastronómicas y otras

Los vallenatos somos inclinados a comer en mesas de fritanga, a comprar los productos a cielo abierto, en nuestra ciudad capital no han podido destacarse los centros comerciales, cuando estos se inauguran los compradores acuden, posteriormente los sitios cerrados con locales entran en el sopor y el olvido, presentando la figura de la quiebra de los negocios y locales hasta llevarlos al cierre y la transformaciones de las edificaciones; para recordar tenemos muchos ejemplos entre tantos como los de Vallecentro frente a la emisora Radio Guatapurí, Sanandresito en la Calle del Cesár, el Centro Comercial San Jorge donde una vez funcionó una sala de cine en la calle 17 y otros lugares como El Centro comercial Tío en pleno corazón de la ciudad donde hoy está un motel y el centro comercial Olimpica donde inicialmente esta cadena de tiendas trató de establecer un conjunto de locales y hoy funciona con otra estructura.

Así pasa con los restaurantes. Muy pocos han perdurado y solo se han mantenido funcionando con el flujo de comensales no nativos de la zona, los clientes que acuden a estos lugares en su mayoría son personas que vienen de otras regiones; estos recintos cerrados con aire acondicionado, manteles de cuadros, con cremas de entrada servidas ante los suculentos platos, aperitivos y postres acompañan el final de un churrasco, filete miñón, steak pimienta, róbalo a la plancha, pasta a la milanesa, pernil de cerdo en salsa de ciruelas o un cóctel de mariscos entre muchos los platos que sirven en los escasos sitios elegantes pocos usados por los vallenatos, quienes preferimos comer de pié frente a una mesa de fritanga acompañando la empanada con un chorrito de suero salado o con picante por arriba y una gaseosa adicionando el palillo para limpiar los dientes.

Las mesas de fritangas en el centro de la capital y en los barrios se ven siempre repletas y funcionan con éxito sobre todo en las mañanas y las tardes, atiborramos estos lugares interesados en comer chinchurrias, bofes, buñuelos, chuzos, arepas chicharrones y demás fruslerías típicas de la región que por lo regular prepara una señora gorda con buena sazón y conocedora de los que nos gusta comer a los vallenatos.

Es común leer un letrero sobre un cartón estacionado sobre un árbol de la calle de cualquier sector: “Hay sopa”, allí sobre un anafre está la olla. Pasa igual en casi todo el Cesar, agregándole figuras como la de Bosconia por singular, allí la particular figura del vendedor de chicharrones es típicas, igual en La Paz con las almojabaneras, también se venden productos ligeros para consumir en el cruce de Chiriguaná, Cuatro Vientos, Pailitas, El Burro y La Mata.

Es raro vernos llegar con la familia incluida en un fin de semana a un restaurante solicitando servicio para el grupo donde se pueda disfrutar un plato de etiqueta, enmarcando una atención a quienes brindamos afecto permanente. Y es que nuestro modo de hablar es distinto al de los barranquilleros, monterianos, cartageneros o riohacheros, sin ser mejores ni peores. Sencillamente los vallenatos somos diferentes a los costeños.

Que nos gusta a los vallenatos

El guiso de chivo, la arepa de queso, un café terciao pasadito de dulce (leche cruda), yuca o plátano amarillo asado con queso rayado en la mañana o en la tarde, arroz de fideo, carne guisada, tajaditas de plátano verde, sopa o sancocho en algunas oportunidades, chicharrones con arepa limpia y otros platillos muy diferentes a los que se comen en Barranquilla o Santa Marta, donde el arroz de fideo con guineo maduro pasa a ser un plato de costumbre en los medio día, o el popular salchichón con pan acompañado con gaseosa convertido en una cotidianidad en el caribe colombiano. En Bolívar Sucre y Córdoba el ñame es combinado con suero, queso y carne, eso en los vallenatos no ha podido calar; en el norte de la Guajira se degusta la tortuga de mar junto con otros preparados de arepas de orígenes venezolanos. Estos platos de otras regiones tienen sus encantos gastronómicos, pero en nuestro pueblo vallenato no se sienten las preferencias por la comida de una extensa región que ha sido generalizada y tipificada en el centro del país como costeña, tomando como modelo especialmente a los barranquilleros, los cuales en mucho se distinguen del pueblo vallenato.

Sinceros

Una de nuestras grandes condiciones es la sinceridad; en nosotros se conoce cuando una persona no gusta de otra, el individuo lo manifiesta en sus acciones y expresiones sin que se le denote odio, es simplemente; “carencia de simpatía”.

Somos amables y amantes de un folclor único en Colombia, el vallenato es un magnifico anfitrión, nos gusta mostrar lo que tenemos en la ciudad, en la casa, en el corazón y en nuestros pensamientos.

La etiqueta en el comer no identifica al buen vallenato. Somos familias que a pesar de tener nevera en casa, también poseemos un tinajero, un baúl sin nada adentro ubicado en cualquier rincón teniendo grandes escaparates repletos de ropa empotrados en las paredes, un palo de mango en el patio o en el frente de la casa nos sirve regularmente para las conversaciones de una tarde donde brindamos tinto al visitante o al conocido; acá hacemos un favor con ganas de servir sin esperar nada a cambio. Así somos los vallenatos; esos que comemos empanadas en una mesa de fritanga, el que compra pasteles de cerdo los domingos en la tarde para evitar cocinar, los que pensamos siempre que lo tenido en su casa es lo mejor y, eso incluye a nuestras esposas, nuestros hijos y nuestras fritangas.






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